24 de Mayo de 1981
24 de Mayo de 1981
Después de la presentación de la pianista
Olga Tarlá Silva en el Centro Cultural PRÓ-VIDA
Yo creo que sé lo que sucedió en el inicio. Creo que lo sé. Creo que en el inicio no había sonido. Los hombres no podían captar el sonido. Los hombres no tenían células que consiguiesen captar las vibraciones sonoras. Y el mundo entero era un silencio total. No porque no hubiese sonido; tan solo los hombres no conseguían captarlo.
Hasta que con el tiempo, miles y miles de años, los velos que cerraban los oídos, los ojos, las células… fueron saliendo. La salida de los velos fue haciendo que los hombres oyesen los sonidos.
Cuando algunos velos de los oídos ya prácticamente se habían retirado, el hombre oyó por primera vez el sonido del agua. Quedó maravillado con el sonido del agua, pero pensaba que solo existía aquella frecuencia, solamente la frecuencia del sonido emitido por las aguas. Y el hombre se maravillaba al oír el sonido de las aguas.
El Universo ya no era más silencioso. El hombre continuó, y los velos fueron saliendo, y nuevas frecuencias pudieron captarse.
Creo que en una época el hombre pasó a oír otra frecuencia, otro sonido: el sonido causado por los vientos. Ahí él tuvo dos sonidos: el sonido de las aguas y el sonido del aire, del viento. Dos elementos de la naturaleza daban al hombre la percepción del Todo en el que estaba. Y el hombre pensaba que todo era agua, que todo era aire.
Yo creo que, con el paso de los tiempos, nuevos velos se fueron retirando. El hombre descubrió, entonces, otro sonido: el sonido que era producido por la tierra. El sonido de los terremotos, el sonido de las partículas… los pequeños sonidos, los grandes sonidos pasaron a oírse. Y entonces el hombre entendió que en la Tierra donde él estaba había otras frecuencias con las cuales se podía integrar: agua, aire y tierra. El hombre vivía en esta tríada.
Un día, mucho tiempo después, el hombre descubre, por la retirada de los velos, un sonido más: el sonido del fuego. Las salamandras del fuego emitían sonidos. El hombre percibió: juntó el sonido emitido por las salamandras con el sonido de los gnomos que existían en la tierra, con el sonido de las ninfas que estaban en el agua, con los sonidos de los elementales que existían en el aire. El hombre entendió que había retirado los velos de sus oídos. Cuatro frecuencias, cuatro mundos que vivían en un plano cuaternario.
Entonces, buscó integrarse con esos sonidos. Él mismo, el hombre, comenzó a producir los primeros sonidos. Buscó imitar el sonido del agua, buscó imitar el sonido del fuego, buscó imitar el sonido de la tierra, buscó imitar el sonido del aire. Estudiando, estudiando, buscando, el hombre descubrió un día que podía combinar todo esto, y así formó el primer conjunto armónico. Surgió la música. Surgió la música, el primer conjunto, que era el conjunto que se traducía por el sonido, por la integración del medio en que vivía. El hombre estaba integrado por el medio cuando oía el sonido total del medio.
Entonces, este hombre se diferenció entre todos los otros hombres, porque era un hombre sin velos: era un hombre que ya conseguía sentir la armonía, por estar integrado. Este hombre pasó a ser llamado artista. El tiempo pasó y el artista quedó siempre como aquel que tiene el conocimiento del Todo, por ser aquel que está integrado con el Todo.
Los artistas buscaron manifestarse de las más diferentes maneras: algunos por la pintura, otros por la escultura, otros con los más diferentes instrumentos.
Algunos marcaron época, al conseguir por sus manos y, principalmente por su sentir, exteriorizar lo máximo del sentimiento de la integración que alcanzaron. Consiguen traer al mundo relativo todo aquello que tienen dentro del corazón, todo aquel manantial, todo aquel néctar, como si se abriesen las compuertas del corazón. Hacen chorrear ese néctar a todos los que consiguen sentir esa sensibilidad… y beber de ese néctar, esencia de Dios, en un acto de Bondad, en un acto de Misericordia, en un acto de Dar.