Tutankamón, 100 años de descubrimientos
Tutankamón, 100 años de descubrimientos
Una broma recurrente entre los arqueólogos que estudian el Antiguo Egipto afirma que cuántos más descubrimientos ocurren, más se intensifican los misterios de esta notable civilización.
El hallazgo de la tumba del Faraón Niño Tutankamón el 24/11/1922, hace unos 100 años, se considera una de las conquistas más extraordinarias, gracias a la preservación de la momia y de los innumerables objetos aparentemente intactos.
En el siglo XIX, la arqueología ya se alejaba del aspecto aventurero y de la mera búsqueda de tesoros, concentrándose en descifrar los grandes enigmas de la humanidad. Había un gran interés internacional y el trabajo en equipo ya era una realidad, además de poder contar con métodos y herramientas de medición mucho más adecuadas, dando un carácter científico a lo que, otrora, fuera el paraíso de ladrones y comerciantes.
En 1922, en el Valle de los Reyes, ya se habían encontrado muchas tumbas generando, de parte de los arqueólogos, un cierto desaliento ante el vandalismo causado por los ladrones y excavadores aficionados.
El estadounidense Theodor Davis encontró algunos objetos en medio de escombros que hacían referencia al enigmático faraón Tutankamón. Se trataba de una taza de loza, jarrones de barro para funerales y otras pequeñas piezas que habrían pertenecido al joven rey.
La historia de Tutankamón
Tutankamón reinó durante unos pocos años, entre 1341 y 1323 a.C., perteneciendo a la 18a dinastía. Su origen es controvertido. Para algunos sería hijo de Akenatón (como parecen indicar recientes y polémicos exámenes de ADN), fruto de un primer casamiento con la reina Kiya, que habría muerto en el parto. En este caso, hay una mención especial a su nodriza Maya que lo crio, tal como se cita en las paredes de la pirámide de Saqqara. Para otros, sería el hermano de ese faraón. De cualquier manera, se sabe que nació y fue criado en la ciudad de Aketatón*, con el nombre de Tutankatón (la imagen viva de Atón) y que, tras la muerte de quien sería su padre o hermano (y su consecuente purga de la historia egipcia), fue llevado a Tebas, por orden de los sacerdotes, pasando a llamarse Tutankamón (la imagen viva de Amón), convirtiéndose en faraón siendo aún un niño (a los 8 o 9 años).
* Aketatón (el horizonte de Atón) también conocida como Amarna, Tell el-Amarna o el-Amarna, la ciudad del Sol construida por Akenatón.
Es innegable, también, que Tutankamón tenía algunas semejanzas con Akenatón, en la apariencia física y, especialmente, en el cráneo alargado. A los 10 años, aproximadamente, se casó con Anjesenamón – como muestran las pinturas que representan a la pareja – que podría ser hija de Nefertiti, por lo tanto, su media hermana.
Lo que se comprobó es que él murió joven, a los 18 o 19 años, no dejando herederos, aunque se han encontrado en su tumba dos momias de fetos** de 5 y 8 meses de gestación.
No habiendo herederos y, con esto, terminando la dinastía de su familia, comenzaron a existir una serie de elucubraciones sobre quién sería su sucesor.
** Se especula que, si fueron fruto de los abortos espontáneos de la pareja, ¿por qué habrían sido enterrados tanto tiempo después? Y, si no lo fuesen, ¿cuál sería su origen?
Importante es el registro de una carta enviada al rey de los hititas por una reina egipcia viuda (¿sería Anjesenamón?), informando que no había descendientes para hacerse cargo del trono egipcio. Como solución, proponía casarse con uno de los príncipes hititas, preservándose de la unión con un plebeyo. Consta, sin embargo, que este príncipe nunca llegó a su destino, habiendo sido supuestamente asesinado por orden de Ay, consejero de Akenatón y siempre candidato a asumir el trono.
Pinturas en la pared de la tumba de Tutankamón muestran escenas del entierro. En ellas, Ay***, a la derecha, es el encargado de la importante ceremonia de la “apertura de la boca”, que da vida y aliento en el viaje al otro mundo. Tutankamón, a la izquierda, aparece con las vestiduras de quien ya habría sido entronizado como faraón.
*** En la tumba de Ay, existe una pintura que lo representa con su primera mujer, la reina Tey, lo que nos lleva a otro misterio: ¿se habría casado, de hecho, con Anjesenamón? Si esto no ocurrió, ¿por qué un plebeyo puede asumir al trono? O surge otra hipótesis: Ay habría recurrido a sus ancestros para probar su origen real y así poder asumir al trono.
Cabe recordar que los cuerpos momificados de Akenatón, Nefertiti y Anjesenamón todavía no fueron encontrados, y el de Akenatón puede o no ser el que descansa en la controvertida tumba KV55, lo que abre nuevas perspectivas para el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, con el objetivo de aclarar algunas de las muchas preguntas que aún perduran.
Como se sabe, tanto el reinado de Akenatón como el de Tutankamón fueron borrados de la historia egipcia, como lo atestigua la ausencia de sus nombres en un mural en Abidos, que incluye el nombre de todos los faraones hasta Seti I. Lo sorprendente, sin embargo, es que el nombre de Tutankamón fue excluido de la citada lista, incluso habiéndose convertido a las ideas de los sacerdotes.
Estas y otras preguntas aumentaron considerablemente la importancia del descubrimiento de su tumba, con la esperanza de que entonces mucho se aclararía.
Volvamos, pues, a los acontecimientos de noviembre de 1922.
Descubrimientos en las excavaciones
Howard Carter era un pintor y dibujante que acompañaba los trabajos de los renombrados arqueólogos Petrie y Davis, que fueron sus maestros y promotores. Carter contaba con la ayuda financiera de Lord Carnarvon.
Dada la obstinación de ambos, después de obtenida la autorización del gobierno egipcio, comenzaron las excavaciones, a pesar de la idea generalizada de que “ya había pasado el tiempo del descubrimiento en el Valle de los Reyes”.
El arqueólogo ya había trabajado en Amarna y, a su entender, Akenatón y Nefertiti habrían tenido un hijo que se creía que era Tutankamón.
Carter se centró en los hallazgos esporádicos de Davis, referidos a objetos y sellos que indicaban que pertenecían al Faraón Niño. Trazó un triángulo para las excavaciones y se estableció en un pequeño valle lateral, movido más por la intuición que por la razón.
Tan pronto como se iniciaron los trabajos, después de la primera perforación, ya había indicios de la tumba de Tutankamón.
Superados los escalones, Carter se encontró frente a una puerta sellada manchada de mortero, donde identificó, entre otros, el cartucho del faraón que buscaba.
En presencia de Carnarvon, Carter hizo un pequeño agujero en la segunda puerta; introdujo una vela que, con el aire caliente, extendió la luz con fuerza por todo el recinto.
Con la claridad, resultó ser un tesoro, abundancia de oro, innumerables objetos. Sin embargo, sin sarcófagos o momias.
Más tarde, Carter, recuperado del estupor, diría:
“
“Fue grande nuestro asombro cuando hicimos ese descubrimiento (…). Veíamos, por primera vez, el esplendor de la Era Imperial de Egipto, quince siglos antes de Cristo… El efecto era impresionante, casi aterrador. Además, la magnitud del descubrimiento nos tomó de sorpresa. Ciertamente, esperábamos encontrar la tumba de Tutankamón en el Valle de Tebas, pero la mayor sorpresa fue encontrarla intacta”.
Al abrir la tercera puerta sellada, custodiada por dos centinelas, encontraron un cofre de madera – una verdadera obra de arte, de vivos colores en todos los sentidos y de elegante diseño, además de tres sarcófagos, muebles, ropas, un trono ricamente tallado y cuatro carruajes de oro.
La apertura de la tumba
¿Pero dónde estaba el sarcófago? En la tercera cámara se encontraron nuevos objetos valiosos y una cuarta puerta, abierta el 17/02/1923, frente a una pequeña audiencia, fotógrafos y dibujantes. Dentro, un enorme muro de oro macizo, la entrada de la cámara donde había una urna, perlas esparcidas por el suelo y todo parecía estar intacto, a pesar de los milenios.
La urna también estaba recubierta de oro y había varios signos mágicos protectores, una segunda urna con un sello intacto, la tercera menos adornada y, finalmente, allí estaba el sarcófago de cuarcita amarilla, todo brillaba como el oro y, a sus pies, una diosa con alas y brazos abiertos en una postura protectora.
El desarme de las urnas se haría fuera de la tumba y demoraría 84 días; para levantar la pesada losa fue necesario utilizar una grúa.
Todo se encontró cubierto con telas de lino que, retiradas cuidadosamente, descubrían una extraordinaria máscara de oro macizo con incrustaciones de piedras preciosas. Parecía haber en ella más vida que muerte. En las manos cruzadas estaban las insignias reales, el báculo y el abanico; el cuerpo estaba representado en relieve plano, pero, gracias a la habilidad del artesano, el rostro de metal imperecedero del joven faraón se haría eterno.
Sin embargo, no todas las noticias fueron buenas: en el espacio existente entre el segundo y el tercer ataúd, se observó humedad y una sólida capa de masa negra, un exceso de ungüentos para la preservación que perjudican severamente a la momia, excepto en el rostro y en los pies.
Y Carter, ¿cómo reaccionó ante su gran descubrimiento? Él habló y no habló:
“
“En esos momentos, nos falta el habla”.
En la tumba se encontraron unos 5.000 objetos preservados, incluso los más susceptibles de deterioro, como los de madera y cuero, además de cajas con forma de huevo que contenían carnes. Había objetos religiosos, funerarios, muebles, juguetes, ropas, juegos de mesa, bastones, armas, arcos, flechas, escudos, armaduras, cálices, joyas, alimentos, carros de combate.
La espada merece una mención especial, hecha de hierro, así como el amuleto del mismo material depositado detrás de la almohada donde descansaba la cabeza de Tutankamón, piezas realizadas en plena edad de bronce, cuando no se dominaba la técnica de la extracción del hierro. Se sabe que estaban hechos de restos de meteoritos que contenían ese metal y, por provenir del cielo, eran considerados semillas sagradas.
También son dignos de mención los cosméticos, barcos, jarrones, potes conteniendo miel, aún comestible – dada su inmunidad al deterioro por bacterias – y muchos otros objetos.
En el hermoso trono encontrado en la tumba, están escritos los nombres originales del faraón y de su esposa: Tutankatón y Anjesenatón. Cabe la pregunta sobre ¿qué ocurrió realmente para que se conservaran los nombres originales y no los que se cambiaron posteriormente (Tutankamón y Anjesenamón)?
Además de las dos momias de fetos se encontraron junto a la tumba del faraón mechones de cabello de la reina Tiye, madre de Akenatón y, según algunos, abuela de Tutankamón.
Hay algunas observaciones sobre el lugar elegido y la construcción de la tumba, o sea, tradicionalmente ocupaba un pequeño espacio, dada la cantidad de objetos encontrados, y se cuestiona si no habría sido erigida para otra persona y adaptada apresuradamente para el funeral del faraón.
¿Por qué hay tan pocos datos sobre su reinado (1341 a 1323 a.C.) envolviéndolo en un extraño oscurantismo?
La historia de Tutankamón
Tutankamón reinó durante unos pocos años, entre 1341 y 1323 a.C., perteneciendo a la 18a dinastía. Su origen es controvertido. Para algunos sería hijo de Akenatón (como parecen indicar recientes y polémicos exámenes de ADN), fruto de un primer casamiento con la reina Kiya, que habría muerto en el parto. En este caso, hay una mención especial a su nodriza Maya que lo crio, tal como se cita en las paredes de la pirámide de Saqqara. Para otros, sería el hermano de ese faraón. De cualquier manera, se sabe que nació y fue criado en la ciudad de Aketatón*, con el nombre de Tutankatón (la imagen viva de Atón) y que, tras la muerte de quien sería su padre o hermano (y su consecuente purga de la historia egipcia), fue llevado a Tebas, por orden de los sacerdotes, pasando a llamarse Tutankamón (la imagen viva de Amón), convirtiéndose en faraón siendo aún un niño (a los 8 o 9 años).
* Aketatón (el horizonte de Atón) también conocida como Amarna, Tell el-Amarna o el-Amarna, la ciudad del Sol construida por Akenatón.
Es innegable, también, que Tutankamón tenía algunas semejanzas con Akenatón, en la apariencia física y, especialmente, en el cráneo alargado. A los 10 años, aproximadamente, se casó con Anjesenamón – como muestran las pinturas que representan a la pareja – que podría ser hija de Nefertiti, por lo tanto, su media hermana.
Lo que se comprobó es que él murió joven, a los 18 o 19 años, no dejando herederos, aunque se han encontrado en su tumba dos momias de fetos** de 5 y 8 meses de gestación.
** Se especula que, si fueron fruto de los abortos espontáneos de la pareja, ¿por qué habrían sido enterrados tanto tiempo después? Y, si no lo fuesen, ¿cuál sería su origen?
No habiendo herederos y, con esto, terminando la dinastía de su familia, comenzaron a existir una serie de elucubraciones sobre quién sería su sucesor.
Importante es el registro de una carta enviada al rey de los hititas por una reina egipcia viuda (¿sería Anjesenamón?), informando que no había descendientes para hacerse cargo del trono egipcio. Como solución, proponía casarse con uno de los príncipes hititas, preservándose de la unión con un plebeyo. Consta, sin embargo, que este príncipe nunca llegó a su destino, habiendo sido supuestamente asesinado por orden de Ay, consejero de Akenatón y siempre candidato a asumir el trono.
Pinturas en la pared de la tumba de Tutankamón muestran escenas del entierro. En ellas, Ay***, a la derecha, es el encargado de la importante ceremonia de la “apertura de la boca”, que da vida y aliento en el viaje al otro mundo. Tutankamón, a la izquierda, aparece con las vestiduras de quien ya habría sido entronizado como faraón.
*** En la tumba de Ay, existe una pintura que lo representa con su primera mujer, la reina Tey, lo que nos lleva a otro misterio: ¿se habría casado, de hecho, con Anjesenamón? Si esto no ocurrió, ¿por qué un plebeyo puede asumir al trono? O surge otra hipótesis: Ay habría recurrido a sus ancestros para probar su origen real y así poder asumir al trono.
Cabe recordar que los cuerpos momificados de Akenatón, Nefertiti y Anjesenamón todavía no fueron encontrados, y el de Akenatón puede o no ser el que descansa en la controvertida tumba KV55, lo que abre nuevas perspectivas para el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, con el objetivo de aclarar algunas de las muchas preguntas que aún perduran.
Como se sabe, tanto el reinado de Akenatón como el de Tutankamón fueron borrados de la historia egipcia, como lo atestigua la ausencia de sus nombres en un mural en Abidos, que incluye el nombre de todos los faraones hasta Seti I. Lo sorprendente, sin embargo, es que el nombre de Tutankamón fue excluido de la citada lista, incluso habiéndose convertido a las ideas de los sacerdotes.
Estas y otras preguntas aumentaron considerablemente la importancia del descubrimiento de su tumba, con la esperanza de que entonces mucho se aclararía.
Volvamos, pues, a los acontecimientos de noviembre de 1922.
Descubrimientos en las excavaciones
Howard Carter era un pintor y dibujante que acompañaba los trabajos de los renombrados arqueólogos Petrie y Davis, que fueron sus maestros y promotores. Carter contaba con la ayuda financiera de Lord Carnarvon.
Dada la obstinación de ambos, después de obtenida la autorización del gobierno egipcio, comenzaron las excavaciones, a pesar de la idea generalizada de que “ya había pasado el tiempo del descubrimiento en el Valle de los Reyes”.
El arqueólogo ya había trabajado en Amarna y, a su entender, Akenatón y Nefertiti habrían tenido un hijo que se creía que era Tutankamón.
Carter se centró en los hallazgos esporádicos de Davis, referidos a objetos y sellos que indicaban que pertenecían al Faraón Niño. Trazó un triángulo para las excavaciones y se estableció en un pequeño valle lateral, movido más por la intuición que por la razón.
Tan pronto como se iniciaron los trabajos, después de la primera perforación, ya había indicios de la tumba de Tutankamón.
Superados los escalones, Carter se encontró frente a una puerta sellada manchada de mortero, donde identificó, entre otros, el cartucho del faraón que buscaba.
En presencia de Carnarvon, Carter hizo un pequeño agujero en la segunda puerta; introdujo una vela que, con el aire caliente, extendió la luz con fuerza por todo el recinto.
Con la claridad, resultó ser un tesoro, abundancia de oro, innumerables objetos. Sin embargo, sin sarcófagos o momias.
Más tarde, Carter, recuperado del estupor, diría:
“
Fue grande nuestro asombro cuando hicimos ese descubrimiento (…). Veíamos, por primera vez, el esplendor de la Era Imperial de Egipto, quince siglos antes de Cristo… El efecto era impresionante, casi aterrador. Además, la magnitud del descubrimiento nos tomó de sorpresa. Ciertamente, esperábamos encontrar la tumba de Tutankamón en el Valle de Tebas, pero la mayor sorpresa fue encontrarla intacta”.
Al abrir la tercera puerta sellada, custodiada por dos centinelas, encontraron un cofre de madera – una verdadera obra de arte, de vivos colores en todos los sentidos y de elegante diseño, además de tres sarcófagos, muebles, ropas, un trono ricamente tallado y cuatro carruajes de oro.
La apertura de la tumba
¿Pero dónde estaba el sarcófago? En la tercera cámara se encontraron nuevos objetos valiosos y una cuarta puerta, abierta el 17/02/1923, frente a una pequeña audiencia, fotógrafos y dibujantes. Dentro, un enorme muro de oro macizo, la entrada de la cámara donde había una urna, perlas esparcidas por el suelo y todo parecía estar intacto, a pesar de los milenios.
La urna también estaba recubierta de oro y había varios signos mágicos protectores, una segunda urna con un sello intacto, la tercera menos adornada y, finalmente, allí estaba el sarcófago de cuarcita amarilla, todo brillaba como el oro y, a sus pies, una diosa con alas y brazos abiertos en una postura protectora.
El desarme de las urnas se haría fuera de la tumba y demoraría 84 días; para levantar la pesada losa fue necesario utilizar una grúa.
Todo se encontró cubierto con telas de lino que, retiradas cuidadosamente, descubrían una extraordinaria máscara de oro macizo con incrustaciones de piedras preciosas. Parecía haber en ella más vida que muerte. En las manos cruzadas estaban las insignias reales, el báculo y el abanico; el cuerpo estaba representado en relieve plano, pero, gracias a la habilidad del artesano, el rostro de metal imperecedero del joven faraón se haría eterno.
Sin embargo, no todas las noticias fueron buenas: en el espacio existente entre el segundo y el tercer ataúd, se observó humedad y una sólida capa de masa negra, un exceso de ungüentos para la preservación que perjudican severamente a la momia, excepto en el rostro y en los pies.
Y Carter, ¿cómo reaccionó ante su gran descubrimiento? Él habló y no habló:
“
En esos momentos, nos falta el habla”.
En la tumba se encontraron unos 5.000 objetos preservados, incluso los más susceptibles de deterioro, como los de madera y cuero, además de cajas con forma de huevo que contenían carnes. Había objetos religiosos, funerarios, muebles, juguetes, ropas, juegos de mesa, bastones, armas, arcos, flechas, escudos, armaduras, cálices, joyas, alimentos, carros de combate.
La espada merece una mención especial, hecha de hierro, así como el amuleto del mismo material depositado detrás de la almohada donde descansaba la cabeza de Tutankamón, piezas realizadas en plena edad de bronce, cuando no se dominaba la técnica de la extracción del hierro. Se sabe que estaban hechos de restos de meteoritos que contenían ese metal y, por provenir del cielo, eran considerados semillas sagradas.
También son dignos de mención los cosméticos, barcos, jarrones, potes conteniendo miel, aún comestible – dada su inmunidad al deterioro por bacterias – y muchos otros objetos.
En el hermoso trono encontrado en la tumba, están escritos los nombres originales del faraón y de su esposa: Tutankatón y Anjesenatón. Cabe la pregunta sobre ¿qué ocurrió realmente para que se conservaran los nombres originales y no los que se cambiaron posteriormente (Tutankamón y Anjesenamón)?
Además de las dos momias de fetos se encontraron junto a la tumba del faraón mechones de cabello de la reina Tiye, madre de Akenatón y, según algunos, abuela de Tutankamón.
Hay algunas observaciones sobre el lugar elegido y la construcción de la tumba, o sea, tradicionalmente ocupaba un pequeño espacio, dada la cantidad de objetos encontrados, y se cuestiona si no habría sido erigida para otra persona y adaptada apresuradamente para el funeral del faraón.
¿Por qué hay tan pocos datos sobre su reinado (1341 a 1323 a.C.) envolviéndolo en un extraño oscurantismo?
Misterio sobre la muerte de Tutankamón
En 1968, el cuerpo de Tutankamón fue exhumado por segunda vez, ahora con recursos mucho más modernos. Se constató una fuerte lesión en la cabeza, que podría haber sido la causa de su muerte. ¿Fue el resultado de un accidente o fue un crimen? Si fue un asesinato, ¿habría sido cometido por Ay, su sucesor? ¿O fruto de las intervenciones realizadas durante su momificación?
Considérese además que, a través de la investigación del ADN, se verificó el precario estado de salud del joven emperador. Fracturas, malformaciones, malaria y otros hallazgos que habrían impedido o dificultado su movilidad.
Y, como se desconoce el final de su esposa, Anjesenamón, cuyo cuerpo aún no fue encontrado, ¿se puede suponer que ella también habría sido asesinada o, por el contrario, se habría casado nuevamente, esta vez con Ay?
El cuidadoso análisis de los objetos encontrados en la tumba y en el cuerpo del faraón, ¿podrían dar lugar a profecías misteriosamente ocultas? ¿Ellas podrían contener secretos del Antiguo Egipto e incluso de futuros pueblos como los Mayas, tal como sugiere el científico Maurice Cottorell? Algunos arqueólogos han seguido este camino, sugiriendo que hay muchas semejanzas entre la vida de Tutankamón y la de Lord Pacal, el rey niño maya de Palenque en México, siendo ambos la representación de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.
¿Qué hay de verdad en la llamada “maldición del faraón”, que habría comenzado con la muerte prematura de Lord Carnarvon, fruto de una picadura de un mosquito? ¿Sería el hecho de que más de 20 personas, involucradas de alguna forma con el descubrimiento, hubieran muerto de forma poco explicable? Y, a partir de entonces, la verdad quedó por cuenta del aforismo que dice que “No se debe perturbar el sueño de los muertos”, dando alas a la imaginación popular.
Lo que realmente se sabe es que el descubrimiento fue fundamental para una mejor comprensión de la historia del Antiguo Egipto en los aspectos de la vida privada, de los usos y costumbres, de la sociedad en general, de la cultura, de las creencias, de la ciencia y de la tecnología y del amplio conocimiento de este pueblo extraordinario.
La decodificación de los numerosos objetos encontrados en la tumba está siendo el blanco, hasta nuestros días, de diversas interpretaciones. De cualquier manera, se sabe que allí hay mucho conocimiento, todo ello envuelto en auras de misterios y enigmas, desafiando la explicación de los historiadores y arqueólogos.
El cuidadoso análisis de los objetos encontrados en la tumba y en el cuerpo del faraón, ¿podrían dar lugar a profecías misteriosamente ocultas? ¿Ellas podrían contener secretos del Antiguo Egipto e incluso de futuros pueblos como los Mayas, tal como sugiere el científico Maurice Cottorell? Algunos arqueólogos han seguido este camino, sugiriendo que hay muchas semejanzas entre la vida de Tutankamón y la de Lord Pacal, el rey niño maya de Palenque en México, siendo ambos la representación de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.
¿Qué hay de verdad en la llamada “maldición del faraón”, que habría comenzado con la muerte prematura de Lord Carnarvon, fruto de una picadura de un mosquito? ¿Sería el hecho de que más de 20 personas, involucradas de alguna forma con el descubrimiento, hubieran muerto de forma poco explicable? Y, a partir de entonces, la verdad quedó por cuenta del aforismo que dice que “No se debe perturbar el sueño de los muertos”, dando alas a la imaginación popular.
Lo que realmente se sabe es que el descubrimiento fue fundamental para una mejor comprensión de la historia del Antiguo Egipto en los aspectos de la vida privada, de los usos y costumbres, de la sociedad en general, de la cultura, de las creencias, de la ciencia y de la tecnología y del amplio conocimiento de este pueblo extraordinario.
La decodificación de los numerosos objetos encontrados en la tumba está siendo el blanco, hasta nuestros días, de diversas interpretaciones. De cualquier manera, se sabe que allí hay mucho conocimiento, todo ello envuelto en auras de misterios y enigmas, desafiando la explicación de los historiadores y arqueólogos.
Hay un evidente contraste sobre lo que se sabe del reinado de Tutankamón y la suntuosidad de su tumba, sin olvidar nunca lo mucho que se borró de su imperio.
Si la muerte del faraón, por accidente o asesinato, ocurrió de forma inesperada, existe una evidente contradicción entre la fatalidad y la riqueza encontrada en la tumba, lo que con seguridad llevaría mucho tiempo preparar. ¿O se puede imaginar que Tutankamón sabía que moriría prematuramente, habiendo dejado todo preparado?
¿Tutankamón o Tutankatón? De su reinado se sabe muy poco. Tanto se ha borrado, tantas preguntas quedan… Tal vez ante estas dudas persistentes, Carter se haya animado a decir, hace cien años, de forma lacónica: “Hasta donde llega nuestro conocimiento actual, podemos decir con certeza que lo único digno de mención en su vida, es que murió y fue enterrado”.
A pesar de todo lo que se descubrió después de esa desesperanzadora afirmación, el Faraón Niño parece alimentar misterios indescifrables para los ojos humanos. Misterios señalados que quedan a la espera de nuevos descubrimientos, posibles de ser descifrados a cada paso de la ciencia.
Y así continúa la historia del Antiguo Egipto, cada vez más fascinante y misteriosa, siempre a la espera de nuevos descubrimientos que nos traigan respuestas más y más esclarecedoras. O estaremos destinados a convivir con estos enigmas hasta que la racionalización, propia del ser humano, sea sustituida por una mirada más profunda, audaz y creativa.