Resurgir para iluminar
Resurgir para iluminar
Un brote usa toda su fuerza para mantenerse vivo. Una vez fue una semilla sofocada en el oscuro silencio de la tierra. Su fuerza potencial, en movimiento creciente, la llevó a florecer ante el resplandor de la luz. Resurgir como planta y volverse tan útil hasta el punto de dar sombra, alimento o su cuerpo a varios instrumentos.
Nosotros, los humanos, también fuimos una semilla, vivimos en un oscuro y no tan silencioso vientre, de donde florecimos, resurgimos con la posibilidad de ser seres útiles en evolución.
En todo momento estamos rodeados de resurgimiento. Incluso cuando la muerte se hace compañera. Con la salvedad de que la “muerte” puede venir de una palabra mal pronunciada, de una mirada desviada, de la mano que opta por bombardear, en vez de donar. Para estos golpes también está el resurgir, dada la potencia contenida en el núcleo de la vida.
Observemos los ciclos de la naturaleza que se ofrecen para recordar el renacimiento, cada uno en su momento: en el verano, el sol brilla sobre las hojas, el suelo y la piel; en el otoño, el mismo sol se vuelve ameno, preparando a todos para nuevas sensaciones. Y llega el frío que oscurece y encoge los días. Este momento de reclusión precede a la apertura de un nuevo ciclo de la creación, la primavera, que reinicia brotes y flores bellas.
Pero somos más, somos seres movidos por la razón y por la emoción.
Para los ciclos de la evolución del planeta está el ejemplo Crístico de la resurrección, del pasaje, del pésaj. La Pascua trae de las escrituras la experiencia de que, aun siendo polvo (y a él nuestro cuerpo volverá), durante toda la vida es posible renacer, trascender y cambiar. De manera natural, aunque embotados por el egoísmo, recibimos la invitación para resurgir en busca de la Luz para, en un continuo caminar, también poder iluminar.