La luz invisible
La luz invisible
La luz siempre ha sido un elemento de especial interés para el hombre y la comprensión que hoy tenemos sobre su esencia, llevó mucho tiempo para establecerse. En la batalla por el conocimiento de los aspectos misteriosos de la naturaleza de la luz, se han realizado muchos experimentos interesantes con resultados fascinantes.
Durante muchos siglos, las nociones sobre la luz permanecieron ligadas a lo que era posible deducir con los propios ojos. La existencia de luces que no fuesen perceptibles por el sentido de la vista era un tema extraordinario e inimaginable.
Los griegos estudiaban y contemplaban fenómenos ópticos y teorizaban sobre explicaciones acerca de los colores, la visión y los acontecimientos astronómicos. Entre los principales estudiosos griegos de la óptica, se destacan el poeta Homero, el astrónomo Ptolomeo y los filósofos Pitágoras y Platón.
Alhazan a.k.a. Abu Ali Hasan Ibn al-Haitham (965-1040)
En el mundo islámico, Al-Kindi (801-873) fue uno de los primeros que escribió sobre óptica y, en un trabajo conocido como De radiis stellarum, propuso una teoría según la cual “todo en nuestro mundo emite rayos en todas las direcciones, los cuales a todo alcanzan”.
El árabe Alhazen, Abu Ali al-Hasan Ibn al-Haitham (965-1040), llevó a cabo estudios con lentes, en Basra, Iraq, y, a menudo, es visto como “el padre de la óptica moderna”. Ibn al-Haitahm elaboró una definición para la naturaleza física de los rayos luminosos, desarrolló la cámara oscura e innumerables teorías para la visión.
En los años siguientes, la búsqueda de explicaciones para los fenómenos ópticos de la naturaleza continuaría ligada a la ciencia de aquello que podíamos distinguir a través de nuestros ojos.
En 1665, Isaac Newton, al hacer incidir un haz de luz solar en un prisma, notó que lo que partía del prisma no era una luz, sino un arco iris de todos los colores. El fenómeno ya era conocido, pero se creía que el prisma era lo que coloreaba a la luz; al fin y al cabo, la luz blanca del Sol entraba y diversos colores salían del prisma.
Al confrontar tales explicaciones, Newton dispuso dos prismas en secuencia de modo tal que el segundo prisma recibiese sólo un único color del primero – el rojo. El resultado fue que el color proveniente del segundo prisma continuaba rojo. Por lo tanto, el prisma es un componente óptico capaz de descomponer la luz incidente en todos sus colores constituyentes.
Newton llegó a la conclusión de que la luz blanca debía estar compuesta por la combinación de toda una gama de colores independientes. Sostuvo que los corpúsculos de luz, asociados a varios colores, generaban vibraciones y que la sensación del rojo debía corresponder a la vibración más larga y la del violeta a la más corta. Los colores que percibíamos se debían, de este modo, a las diferentes frecuencias vibratorias de la luz.
Los misterios parecían haber sido desentrañados y era posible explicar científicamente todo lo que podía ser visto. Y todo lo que la máquina humana podía ver y explicar debería, por fin, ser todo lo que debía existir.
La cuestión fue que el ingenio del hombre probaría, con el apoyo de la ciencia, que la verdad resultó mucho más bella y misteriosa que las precedentes teorías relativas.
En 1800, el compositor y astrónomo alemán, naturalizado inglés, Frederick William Herschel (1738-1822), también descubridor del planeta Urano, realizó un célebre experimento para medir la temperatura de los diferentes colores del espectro. El científico usó un prisma de vidrio para descomponer los colores de la luz del Sol y, sobre cada uno de estos colores, colocó un termómetro.
Para su sorpresa, Herschel verificó que los termómetros iluminados por los colores más cercanos al rojo indicaban mayor temperatura. Entusiasmado con el resultado, Herschel decidió avanzar y colocó un termómetro no sólo en el color rojo sino donde no existía ningún color.
Para su asombro y fascinación, el termómetro que presentó mayor temperatura fue justamente aquel adyacente al rojo, ¡donde había ausencia de color!
Por primera vez la luz invisible deslumbró y se la llamó luz infrarroja. El término infra indica que la frecuencia de vibración de esta luz invisible es menor que la de la luz visible. El experimento de Herschel demostró que existían formas de luz que nuestros ojos no pueden ver.
El hombre, cuya conciencia del universo se respaldaba en aquello que alcanzaba a ver, se dio cuenta de que vivía en un océano de ilusión.
El infrarrojo está, por lo tanto, asociado con el calor y cualquier cuerpo que se encuentre por encima de la temperatura del cero absoluto (-273,15ºC), emite infrarrojos; emite energía, emite luz.
Las piedras de nuestro mundo, los seres vivos, las plantas, nuestro planeta Tierra, todos emitimos luz, luz infrarroja; luz invisible. ¡Todos irradiamos, todo brilla!
Después de tomar conocimiento del descubrimiento de Herschel, el físico, químico y filósofo alemán Johan Wilhelm Ritter (1776-1810) condujo, en 1801, experimentos para comprobar la posibilidad de detectar luz invisible, también más allá de la porción violeta del espectro.
Ritter, sabiendo que el cloruro de plata se oscurecía cuando era expuesto a la luz, decidió verificar el comportamiento de este compuesto químico cuando fuese bañado por cada color diferente. El investigador notó que hubo poca reacción en la región roja del espectro, pero el cloruro de plata se volvía cada vez más oscuro cuanto más próximo estaba del color violeta.
Entusiasmado por el resultado, colocó cloruro de plata en un sector más allá del violeta, donde no había luz visible. Para su sorpresa, ¡esta región mostró la más intensa de las reacciones!
Ritter demostró la existencia de la luz invisible más allá del violeta y del espectro visible. A este nuevo tipo de luz, Ritter la llamó “Rayos Químicos”, los cuales, más tarde, pasaron a llamarse ultravioleta.
La luz se reveló eterna, sin principio ni fin. De un modo sobrecogedor la ciencia le demostró al hombre que confiar en sus sentidos para ver la realidad es una ilusión, pues solo distinguimos una parte muy pequeña de la Verdad.
Hoy sabemos, al mirar y contemplar el cielo, las estrellas, la naturaleza en nuestro planeta, que esa inmensidad es aún más espléndida de lo que nuestros ojos nos permiten vislumbrar.
La razón de nuestra incapacidad para ver todo el espectro de luces, nos enseña la limitación de nuestros cinco sentidos para descifrar la realidad que nos comprende, pero al mismo tiempo, nos invita a buscar un sentido mayor, más cercano al Absoluto.
Al comprobar la existencia de una infinidad de luces que impregnan y emanan de todo y de todos, estos descubrimientos pueden incentivar la búsqueda del perfeccionamiento de nuestra propia capacidad de ver e irradiar luz.
Así, cuanto mayor sea el potencial energético para calentar y hacer brillar la propia llama interna, mayor será la probabilidad de llegar a otros seres e, incluso, atraerlos al entorno.
Al estar juntos, en unión, serán ejemplos de lo que es posible para todos: irradiar cada vez más luz, manifestando el ejemplo de la Gran Luz.