Himno a la alegría
Himno a la alegría
Transcurría en Viena el año 1824 cuando los acordes de la 9na. Sinfonía de Ludwig van Beethoven eran ejecutados por vez primera para el gran público. Fue un 7 de mayo el día en que ese canto de esperanza, de alegría por la hermandad de los hombres, cobró vida en ese cuarto movimiento coral, que aun sin saberlo, muchas personas silban y tararean hasta hoy en día cuando se sienten alegres.
Sin embargo, es sabido que para entonces este gran músico estaba completamente sordo, dolencia que lo venía acechando y que años atrás lo había sumido en una profunda tristeza. Una situación extrema, un punto límite en su vida.
Entonces uno se pregunta ¿cómo es que aun las circunstancias que parecen más adversas pueden ser el puntapié para alcanzar algo grandioso?
Y ahí surge una palabra conocida por todos: trabajo. Una especie de mecanismo que mueve, que moviliza, pero que también necesita tener un objetivo para marcar una diferencia. Porque para moverse de un punto es necesario reconocer otro punto al que se quiere llegar. Si no se conoce, o cuanto menos se vislumbra, el punto a alcanzar, la energía del trabajo puede dispersarse sin conseguir dirección, dando vueltas y vueltas a merced de los vientos.
En cambio, cuando uno consigue, como el avezado navegante, definir el rumbo de la embarcación, de todos los vientos es posible servirse para llegar a destino. E incluso las tempestades pueden saborearse, los aromas volverse nobles fragancias y las asperezas tornarse suaves como la espuma de mar cuando se experimentan la alegría y la felicidad de arribar a la meta.
Cada punto de llegada acrecienta la confianza, fortalece la convicción y alimenta la esperanza de llegar a ese puerto que cada uno anhela dentro de sí.
Así, cuando cada recorrido y cada meta alcanzada, cada momento pleno, se encuentran alineados en el mismo objetivo, un mundo nuevo cobra dimensión. Un mundo que ya es para muchos y que podrá ser para todos.
Para entonces la alegría se habrá asociado al trabajo y al amor, y habrá encontrado cobijo en los corazones. Y la humanidad toda entonará la sinfonía de una VIDA con mayúsculas, una vida en la que la alegría no solamente tendrá himnos que la recuerden. Ella existirá dentro de cada uno de nosotros.