Buscando su Estrella
Buscando su Estrella
De hecho, no era fácil de entender. Los ojos recorrían el cielo hasta el final… Era posible contemplar un inmenso mar de colores cuando el Sol, sinónimo de vida, se despedía lentamente navegando hacia el horizonte y más allá. Pero él, el Sol, no se iba solo. También volaban lejos los sentidos y la seguridad que su luz y calor aportaron siempre a los hombres. Así comenzaba un espectáculo de confusas sensaciones en medio de dudas, misterio y temores, y la Luna emergía trayendo el vacío de la oscuridad. ¡Pero ella tampoco navegaba sola!
A las estrellas era posible verlas pero jamás contarlas. Eran tantas y tantas y todavía tantas más. Puntos de luz, que inclusive dispersos, se sumaban para enfrentar la noche. Entonces parecía que aquella noche no era tan oscura. Y el miedo y la duda daban lugar a un sentimiento de serenidad que, a su vez, sembraba también una pasión incesante por entender y descifrar.
El Sol, una estrella tan inmensa, cercana y generosa, que proporcionaba de manera impasible la luz y la vida, al mismo tiempo indicaba, al atravesar diariamente nuestro cielo, que había otras fuentes de luz en el universo. Bastaba estar ausente por un período de tiempo, para ceder a otras estrellas la oportunidad de ser vistas y de atraer. Y a los hombres, la posibilidad de admirar y comprender; y la opción de seguirlas, de orbitarlas. De buscar estrellas.
“La hora más oscura (…) es justamente aquella que nos permite ver mejor las estrelas.”
Charles Austin Beard.
Amanece.
En vez de peregrinar, entender el cielo se tornó imprescindible para la supervivencia. Los movimientos de los astros en el cielo pasaron a ser observados y relacionados con las alteraciones de la naturaleza aquí en la tierra. Estaciones del año, mareas, duración de los días, de los meses, de los años. Organización de los ciclos de siembra y de cosecha; guías para orientarse en la tierra y en el mar; y más tarde, en el aire y en el espacio.
El hombre descubrió en sí mismo una fantástica capacidad: la de prever muchos de estos acontecimientos naturales. Y, paradójicamente, parecía alejarse del cielo cuanto más se aproximaba al conocimiento científico.
Atravesando civilizaciones, el hombre investigó y aprendió una gran cantidad de datos sobre el universo; parece que simplemente observando y admirando el cielo. Creó herramientas, desarrolló la capacidad de prever los movimientos aparentes de los astros, estrellas, planetas, Sol, Luna y también eclipses. Vio cosas que sólo se comprobaron mucho más tarde con el uso de equipos más modernos.
Con el telescopio el hombre consiguió sumergirse más profundamente en la dinámica celestial, abriendo al observador una ventana más amplia hacia el universo y sus causas, hacia la aterradora e inmensa distancia de la grandiosidad que se busca admirar.
El desarrollo técnico, aunado a la exploración del espacio, buscaba expandir aún más el campo de investigación y conocimiento del cosmos. Y el hombre, que con el telescopio navegaba tan rápido como la luz que llegaba a los ojos, envió viajeros construidos por él mismo: las sondas espaciales.
No obstante, a lo largo de esa caminata y su propio caminar, parece que el hombre abandonó otra fantástica capacidad: la de mirar al cielo y hacia dentro de sí, y descubrirse; la de mirar hacia arriba y mirar hacia abajo, y ver la grandiosidad del Todo y no ser un hombre común; la de mirar hacia un lado y mirar hacia el otro, y ver al otro que está próximo y distante.
Sí, existen cuerpos en el Universo capaces de emitir luz: las estrellas. Son capaces de atraer otros cuerpos que en un comienzo apenas reflejan su luz. Sin embargo, estos que antes conseguían reflejar la luz de otras estrellas, pasan a generar su propia luz. En un comienzo, tímidamente. Pero después brillan por la eternidad. En su recorrido, recogen y aprenden. El tamaño aumenta a tal punto que ya no es necesario viajar tan lejos. Basta que cada uno busque dentro de sí y vea la estrella en que se transformará.