Astronauta
Astronauta
¿Cuántos de nosotros, de niños, dijimos que queríamos ser astronautas cuando creciéramos?
La generación que acompañó la llegada del hombre a la Luna, también era fanática del Capitán Kirk, de la familia Robinson, de Flash Gordon y de otros héroes exploradores del espacio sideral. Han pasado varias generaciones, pero parece que la fascinación por lo desconocido continúa.
La tecnología desarrollada para explorar el universo avanzó mucho, las películas de ciencia ficción se volvieron más audaces y el sueño de poder navegar por el cielo está cada vez más accesible.
“Mirar la Tierra y su belleza – el azul de los océanos, el blanco de la nieve y de las nubes, rodeados del negro más negro que pueden concebir en su cabeza, con miles y miles de estrellas – fue absolutamente increíble”, dijo Eugene Cernan, el undécimo hombre en pisar la Luna.
¿Qué será lo que impulsa a las personas a mirar hacia el firmamento y sentir ganas de viajar entre las estrellas?
La visión descrita por los cosmonautas al salir de la Tierra, parece más el relato de un artista al pintar un lienzo con sus matices, el azul claro se va transformando en índigo, el azul marino hasta llegar al negro. Cuando la pizarra está salpicada de puntos luminosos hay una mezcla de sentimientos; surge la noción de la pequeñez del hombre y, al mismo tiempo, el deslumbramiento por formar parte de tanta grandiosidad.
En paralelo, otros sienten la necesidad de mirar hacia adentro, de explorar el universo en miniatura que existe en cada ser de este planeta; el interior de la célula.
¡Es interesante cómo los hechos se asemejan!
El científico que manipula un microscopio electrónico permanece horas y horas a solas, en un ambiente cerrado, con temperatura controlada, navegando por las estructuras celulares de un órgano. La primera imagen que se ve es la membrana plasmática, que separa una célula de otra. En ciertas ocasiones, es posible ver puentes citoplasmáticos entre ellas, permitiendo el intercambio de materiales. Los enormes núcleos albergan el material genético, a veces disperso, a veces condensado en cromosomas. Es sorprendente saber que allí, en esas estructuras más oscuras, está toda la información de un ser, el tamaño y la forma de su cuerpo, la propensión a determinadas enfermedades y tantas otras características que lo hacen único en el universo.
Buceando un poco más es posible notar que se modifica la forma de las células, así como la aparición de organelas y estructuras diferenciadas. Las mitocondrias, con sus membranas dobles, producen energía para mantener la vida. Los minúsculos ribosomas que producen proteínas, bajo el mando del ADN de esa célula. Los Complejos de Golgi, hermosos, como en los dibujos de los libros, posicionados estratégicamente cerca del núcleo para sintetizar las proteínas, empaquetar y enviar sus redondas vesículas, llenas de sustancias indispensables, a esa u otra célula.
A veces, el explorador se depara/encuentra con una verdadera obra de arte: dos circunferencias centrales y nueve pares periféricos, dispuestos de forma perfecta y armoniosa; es el citoesqueleto, que da sostén a esa célula. Todo para mostrar, en el encadenamiento lógico, el funcionamiento de lo que llamamos unidad de un ser vivo.
Y así, quién sabe, al mirar la célula, este “astronauta” del microcosmos se deslumbre tanto como Armstrong, a bordo de la Apolo 11, al ver por primera vez el Planeta Azul, hermoso… flotando frente a él.