El hombre llega a la faz de la Tierra, planeta de tercera dimensión y, para entrar, necesita estar constituido como el medio, para que haya armonía e integración.

Así él encuentra, en la dimensión donde está, lo grande y lo pequeño, lo alto y lo bajo, el adentro y el afuera, lo negro y lo blanco, lo fino y lo grueso… A veces, el extremo fino se presenta mejor que el grueso, el mayor se presenta mejor que el menor y, a veces, al contrario. Y el hombre vive en un eterno conflicto, porque no consigue definir en cuál posición deberá quedarse, porque a veces lo alto es mejor y, otras veces, lo alto no es lo mejor.

Colocado aquí, en un mundo de dualidad, el hombre conoce el conflicto, no sabe bien el camino: anda en la búsqueda de lo que puede presentarse como lo mejor. Esto es propio de la tercera dimensión.

Un día, viviendo en este conflicto, el hombre descubre que dentro de él existen los mismos aspectos en relación al sentimiento: uno mayor y uno menor, un sentir profundo y superior con relación a un sentir menor. Reconoce la cáscara animal, conveniente al planeta, que él usa.

Persistiendo, descubre que él no es la cáscara, que existe otra cosa que es él mismo. Y las fuerzas de la cáscara y él interactúan, promoviendo el conflicto. La comparación de placeres se hace y él compara los estados de placer y alegría, a veces siguiendo la cáscara y a veces siguiendo a él mismo. No consigue sentir el punto de equilibrio para sentirse siempre bien.

Cabe al hombre aquí reconocer y saber que existe esa dualidad, esa pluralidad de caminos, de fuerzas que arrastran. Y un día podrá hacer una opción entre las fuerzas de la carne y las del espíritu. Un día será invitado a hacer esa opción y solo serán invitados aquellos que reconozcan los aspectos de esa dualidad. Ese día, aquellos que supieran las respuestas, podrán ser candidatos a la Unidad. Con certeza, todos, en algún tiempo, un día llegarán a ese punto. Y la Tierra, planeta tridimensional, continuará prestando ese gran servicio al Universo.