La Piedad cristiana: esperanza en el pasaje a una nueva vida
La Piedad cristiana: esperanza en el pasaje a una nueva vida
Este relato comienza hace unos 2000 años, en una pequeña zona al este del Mar Mediterráneo, en el territorio de Judea en la época dominada por los romanos, donde se encuentra una aldea llamada Belén.
En este día en particular, una joven madre da a luz a un bebé, acontecimiento rodeado de grandes manifestaciones terrenales y celestiales. El niño tan esperado y anunciado por grandes profetas, profetisas, sabios y magos de muchas generaciones, recibe el nombre de Jesús y su madre, que es “Bendita entre las mujeres”, se llamaba María.
Qué feliz es la madre de ese hijo, que reposa tranquilo en sus brazos cubierto por las mantas y recibiendo el calor de su pecho.
Era un niño único y al mismo tiempo diferente. Parecía una luz; más que una luz: era el propio Sol. En sus brazos, tan pequeño y frágil, parecía imposible que fuera otra cosa más que un niño normal. (*1)
Pero ella sabía, tenía conciencia de la gran misión que Él iba a cumplir. El ángel le avisó: “Concebirás por su palabra y el hijo de tu vientre será llamado Hijo del Altísimo”. (*2)
En poco tiempo ya estaban los campesinos en la puerta de la gruta suplicando al padre, José, que les permitiera ver al recién nacido, que debería ser muy especial pues, según un ángel había anunciado hace poco, sería el salvador de Israel.
No muchos registros llegaron hasta nosotros de los años siguientes. De la infancia, hay un pasaje de aquella madre en un momento de aflicción en busca del hijo de 12 años por las calles de Jerusalén. Ya era casi la noche del tercer día cuando lo encontraron en un grupo, sentado en medio de doctores y eruditos, escuchando y preguntando, dejando a todos sorprendidos. (*3)
Han pasado los años y ha llegado el momento. La vida oculta de hijo a los ojos del mundo llega a su fin, la madre está presente. Comienza la vida pública. Ella acompaña, observa, cuida. Ve al grupo de discípulos que comienza a formarse alrededor del hijo y se une al grupo de mujeres. Siempre a su lado, siempre cerca.
Cafarnaúm, Tiberíades, Betania y Jerusalén. El hijo que dice, enseña y hace milagros sabe que es perseguido, que creará enemigos, pues muchos pensarán que Él pondrá en riesgo la religión y la política por entonces vigente. Pero el mensaje es otro: “Queridos hermanos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. (*4)
Es Pesaj, anochece. Lo que sucederá en las próximas horas será repetido por Sus seguidores en cada Pascua, en celebración de Su vida y de Su resurrección. El tradicional cordero asado dará lugar al pan y al vino y se hará una Nueva Alianza. “¡Hagan esto en memoria mía!” (*5), pidiendo que repitan el gesto de compartir a las futuras generaciones.
En el Jardín de los Olivos es arrestado, luego interrogado, juzgado, condenado y sentenciado. La ejecución de la pena fue inmediata, pero el viernes fue largo y cada acontecimiento será eternizado a través de las escrituras.
Delante de la cruz, están las tres Marías, como tres estrellas que brillan. Una de ellas es su madre. “Mujer, ahí está tu hijo”, fue lo que le dijo a María para, poco después, volver al discípulo: “Ahí está tu madre”. (*6)
El tiempo pasa, el Sol está en su cenit, es mediodía. Jesús no va a resistir mucho más, pero antes se produce un raro fenómeno. Los evangelios cuentan que el Sol desapareció y toda la Tierra oscureció. La otra vez que perdió a su hijo en Jerusalén, María lo reencontró al tercer día, y ahora será necesario esperar también el tercer día hasta que reaparezca.
La oscuridad poco a poco se disipó, el día reaparece. En el Calvario casi desierto solamente quedaron los soldados de servicio, los verdugos y el grupo de mujeres. Algunos de los discípulos, entre ellos José de Arimatea, suben con escaleras y bajan el cuerpo que es entregado a María. La madre, siempre de pie hasta ese momento, se sienta a cierta distancia de la cruz y recibe en las rodillas el cuerpo lívido del hijo. La piedad cristiana ha representado en esta imagen silenciosa el dolor y la serenidad de la madre admirando el rostro del hijo.
De regreso con el hijo en los brazos, que acarician y soportan todo el dolor al mismo tiempo, en una expresión de esperanza en la resurrección y en la vida eterna.
¿Este es el fin? ¿O sería sólo el comienzo?
(*1) El Evangelio Secreto de la Virgen María
(*2) El otro Jesús, según los evangelios apócrifos
(*3) Evangelio de Lucas, Capítulo 2
(*4) Evangelio de Juan, Capítulo 4
(*5) Evangelio de Lucas, Capítulo 22
(*6) Evangelio de Juan, Capítulo 19