Akhenaton y el monoteísmo
Akhenaton y el monoteísmo
Quien viaja Egipto, e incluso quien lee respecto al Antiguo Egipto, no puede permanecer indiferente al nivel de conocimiento que esta civilización, de más de 5.000 años, dejó como herencia a la humanidad. Por otro lado, todo lo que se sabe sobre los egipcios está esculpido en las piedras, en los papiros y en las tumbas, en un lenguaje único (jeroglíficos), descifrado en 1822 por Champollion y, de tiempos en tiempos, siguen aflorando nuevos descubrimientos en las arenas del desierto, en un proceso que requiere imaginación y discernimiento.
Los historiadores dividen en dinastías las épocas de los gobernantes egipcios, en un total de treinta, abarcando un período de tres mil años.
En la XVIII dinastía, alrededor de 1580 a 1210 a.C., reinaba el faraón Amenofis III, casado con la reina Tii, cuyo poderío duró 13 años. Lo que se sabe es que este faraón, y también su esposa, eran personas refinadas, dotadas de un gran sentido de Estado, en una época en que Egipto se abría al mundo y había un gran desarrollo de los aspectos culturales y espirituales. El hijo de Amenofis y de la reina Tii recibió el nombre de Amenofis IV que, como veremos, se cambiaría posteriormente por Akhenaton (el Espíritu Eficaz de Aton).
Hay pocos registros de la infancia de Akhenaton, pero se sabe que se casó, a los 12 años, con Nefertiti (“La Bella que Llegó”), con quien tuvo seis hijas.
Su formación fue muy influenciada, además de la presencia permanente de sus padres, por Amenhotem, hijo de Hapu, arquitecto y político de los más conceptuados, venerado como gran sabio por haber alcanzado la edad mítica de 110 años.
Akhenaton muy probablemente bebió de la sabiduría espiritual de Amenhotep que encarnaba el ideal del antiguo Egipto y, por ser un hombre de acción, entendía que un pensamiento carecería de valor si no estuviese incrustado en una piedra.
Muchos historiadores tienden a detenerse en la apariencia física de Akhenaton. Se basan en las representaciones del rey, creadas por los artistas de la corte, dado que su momia aún no ha sido encontrada. La descripción del cuerpo del faraón tiene un carácter andrógino, con énfasis en su cabeza algo ovalada, ojos rasgados, cráneo redondeado e inclinado. Estas formas son menos visibles en Nefertiti, pero la cabeza alargada se ve claramente en la representación de sus hijas e incluso en algunos miembros de su corte.
Registros en piedra y en paredes, estatuas y correspondencias enviadas por otras naciones, indican, con algún grado de certeza, que hubo una corregencia entre Amenofis III y Amenofis IV. Esta práctica, común en el Egipto faraónico, simboliza una unidad de pensamiento entre padre e hijo, en una ordenación que apuntaba a una continuidad de política y de ideas.
Se cree, según los archivos encontrados en la ciudad que Akhenaton construiría más tarde, que su padre murió alrededor del duodécimo año del reinado de su hijo.
El cambio de nombre de Amenhotep IV a Akhenaton (que probablemente se habría producido en el sexto año de su reinado) representó, ante todo, un cambio en la naturaleza de las cosas y un indicio de que comenzaría una nueva forma de actuar.
Los egiptólogos que examinan el llamado período amarniano (de la ciudad de Tell el-Amarna) no suelen coincidir en su análisis. Algunos ven a Akhenaton como un desequilibrado mental y otros como un faraón extraordinario e inusual. Hay críticos de la regencia de Akhenaton, quizás influenciados por el abrupto final de su reinado, que no ven claramente la importancia de este hiato, de esta ruptura, frente a la historia de la civilización egipcia y, quizás, de toda la humanidad.
Para comprender la importancia real del reinado de Akhenaton y el por qué se considera uno de los acontecimientos más importantes de la historia egipcia, es necesario remontarse a los orígenes de la religión de esa nación. Heliópolis, la “Ciudad del Sol”, ubicada en lo que hoy es la periferia de la ciudad de El Cairo, fue el antiguo centro teológico de Egipto. Aton (o Atum, «el Completo”) era el Dios creador y Ra (o Re), el centro del culto solar. El faraón, al morir, vuela hacia el cielo y se une al disco solar, brillando para siempre. Cuando Akhenaton asume, Tebas era el principal centro religioso, económico y político de Egipto, donde se rendía culto al dios Amón. Se otorgaron poderes excesivos a los sacerdotes de Tebas, que estaban demasiado absortos en las ganancias materiales en detrimento de los aspectos espirituales. Akhenaton se levantará, no contra Amón, sino contra sus seguidores, un verdadero grupo de sacerdotes que convirtieron las creencias religiosas en operaciones comerciales.
Algunos autores comparan la acción de Akhenaton con la de Cristo, al expulsar a los mercaderes del templo. Akhenaton rescata las antiguas enseñanzas de Heliópolis, provenientes de los tiempos de la construcción de las pirámides, época de pureza y de creencia en que el Sol de la Justicia y del Amor nunca se pondría. Él es el rey y sumo sacerdote, entronizado ritualmente y encargado de mantener la herencia de sus antepasados al ser el dueño del poder espiritual y temporal. Quiere transformar a sus súbditos en discípulos, dar a la religión un carácter universal, eliminando los aspectos relativos, particulares e inaccesibles a las camadas más populares.
La materialización de todas esas ideas requiere que se construya una nueva ciudad. Así se construye Akhetaton (El Horizonte Radiante de Atón), la ciudad del sol. Amarna no es solo un monumento arquitectónico; es la materialización de nuevas concepciones religiosas, de nuevas relaciones sociales entre sus habitantes, adornadas por el arte representativo de la comprensión del faraón respecto del hombre y del universo.
Los años finales del reinado de Akhenaton son confusos y poco claros, generando muchas interpretaciones conflictivas. Lo que se sabe es que, una vez más, hubo una corregencia entre Akhenaton y Semenkhkare, que probablemente estuvo casado con una de sus hijas. Esta unión de poderes habría durado casi tres años, considerándose que Semenkhkare murió muy joven.
Existen registros acerca de que la construcción de Amarna llevó trece años y que el reinado de Akhenaton duró 17 años más, pero nada se sabe sobre su muerte. Le sucedió Tutankatón, luego Tutankamón, que sería su yerno o incluso hijo y que, todo indica, en su breve reinado, parece haber devuelto el poder a Tebas y Amón.
El cuerpo momificado de Akhenaton, como dijimos, nunca fue encontrado; Amarna fue abruptamente abandonada y destruida durante los reinados de Seti I y Ramsés II. El nombre de Akhenaton fue borrado de algunos monumentos y otros fueron reutilizados, en un claro intento de considerar su reinado como si nunca hubiera existido.
Los datos disponibles parecen indicar que la población egipcia, dadas sus características, representadas por ritos y símbolos específicos (cada comunidad tenía su “dios local”), no estaba preparada para una reforma tan radical, universalizando la religión y dejando clara la existencia de un Dios único. Las personas se habrían confundido, exigiendo un esfuerzo de adaptación de sus conciencias, principalmente cuando se permitió la apertura de los templos y el acercamiento del pueblo con la divinidad, que hasta entonces era privilegio de los sacerdotes.
Las negociaciones diplomáticas de Akhenaton junto a los belicosos hititas, para evitar una guerra, también fueron entendidas por algunos como signos de debilidad por parte del faraón. El factor más importante fue la cuestión política nunca asimilada por los sacerdotes de Tebas, que vieron su poder severamente disminuido.
Un hecho innegable es que Akhenaton dejó una huella, un testimonio de coraje, determinación y el ejemplo de un presagio de una religión que vendría a parecerse a la de los primeros cristianos.
Hay una cierta unidad entre los pensamientos de Akhenaton y las enseñanzas de Jesucristo. Ambos afirman que los secretos de la vida y la divinidad están presentes en la naturaleza, basta observarlos, comprenderlos y entonces seguir lo que está en el corazón y la conciencia de cada ser. Pasajes del Himno a Atón, hallado en la tumba de Ai, quien sucedió a Tutankamón y probablemente escrito por el mismo Akenatón, son similares a algunos textos cristianos, especialmente el Salmo 104, que casi equivale a una cita de los versos que ensalzan a Atón.
No parece haber duda, tampoco, de que el monoteísta bíblico Moisés (que habría vivido alrededor de 1220 a 1290 a.C., aunque existe controversia), se armó con la sabiduría egipcia en un época en que los faraones ramasidas eran hostiles a los ideales de Akenatón, hecho que pudo haber influido en el Éxodo, dada la incertidumbre de que los hebreos fueran esclavizados en Egipto.
Se lee en la tradición judía que “Cuando se apaga el sol de un justo, inmediatamente brilla el sol de otro justo”. Así fue y así será, eternamente.
Fuente de investigación: nationalgeographic.pt