El Pintor y el Río
El Pintor y el Río
Un pintor, que hacía tiempo buscaba comprender la vida, pasaba el día pintando sus lienzos y observando la ciudad en que vivía. Notaba siempre los monótonos tonos grisáceos de los edificios de la ciudad que, a sus ojos, mucho decían sobre las personas que vivían en ella. Percibía el modo automático con el cual los individuos eran conducidos por la vida. Pensaba que la felicidad deseada siempre por todos se escapaba entre los dedos, era fugaz. El momento que vivía tampoco era de los más agradables, sus objetivos parecían no realizarse. Estaba todo aparentemente estancado.
Desanimado con la situación, vio que su creatividad, tan espontánea en otros tiempos, le faltaba. Los colores de la ciudad le daban una impresión sombría. El pintor quería reconstruirse. Con esperanza, buscó renovar su inspiración refugiándose en la naturaleza. Entonces tomó un pequeño bote a remo y se fue río adentro.
La idea de recorrer un trecho de río y observar nuevos paisajes le agradaba. Entonces, haciendo eso, pensaba él, la saturación causada por la movida urbana monorrítmica daría espacio a las bellas imágenes que serían encontradas por el camino.
El día del viaje, bajo un cielo azul, comenzó el recorrido llevado por la suave correntada. Nada escapaba a sus ojos: siguió de cerca a los pájaros anidando entre los follajes de los árboles, exhibiendo el exuberante plumaje colorido; se quedó observando los peces, evidenciados por el contraste con el lecho de piedras del río, al nadar alegremente; le encantó la mariposa amarilla que se posó en sus pies; admiró las pequeñas flores multicolores que bordeaban el río y acogían insectos en busca de alimentos; observó los pequeños animales que venían a saciar la sed y salían rápido temiendo depredadores.
Las horas pasaron sin que el pintor lo percibiese. El sol caía en el horizonte tocando el río, formando un brillante haz luminoso en las aguas; un degradé de tonos pasteles ocupó el cielo que lentamente oscurecía; y los pájaros revoloteaban anunciando el final del día. El pintor, entonces, atracó la pequeña embarcación cerca de un claro y bajó para descansar. No imaginaba lo que encontraría.
Mientras andaba distraído pensando en toda la belleza vista durante el día, caminó cerca de una cobra de colores vivos, fuertes. La piel del animal era predominantemente roja. La cobra, acorralada por la proximidad del pintor intentó clavarle los colmillos, aunque sin conseguirlo debido a la gruesa bota que utilizaba.
Recompuesto del susto, hizo una pequeña fogata. El aire, que antes flotaba, comenzó un ligero movimiento alimentando al fuego con mayor vigor. Cansado, se recostó en el suelo entre la fogata y el río, y miró el cielo. Aquella noche estaba repleta de estrellas y la luna exhibía una belleza única. Mientras observaba fijamente la luna, pensó sobre su profesión, sobre la naturaleza, sobre la vida…
Buscó en la memoria sus anhelos de infancia. Recordó cómo se hizo pintor. Pensó y relacionó todos los eventos que consideraba injustos. Quería entender la composición de imágenes y colores que resultaban de aquella realidad. Buscó entender el movimiento natural de las cosas, el orden natural de todo lo que hay en la tierra, la función de cada uno. Pensó en el miedo que había sentido frente a la cobra. Y en el regocijo del contacto con la pequeña mariposa.
Comenzó a reflexionar sobre todo: sobre la insatisfacción que sentía antes del viaje; sobre las preguntas olvidadas, formuladas cuando niño: ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué el azul es azul?
Por largo tiempo pensó, reflexionó…
Los pensamientos del pintor parecían ordenarse de forma que establecían conexión entre todos los hechos observados a lo largo de su vida. Era como si girase un disco de Newton y por el movimiento viese el color blanco…
Pasado un tiempo, no pensaba en nada más, apenas admiraba la luz que llegaba de la luna. Parecía que aquella luz era parte de él, era él, se sintió integrado con aquel astro, con todos los elementos a su alrededor; sintió algo que le hizo ver la felicidad con otra mirada. Percibió la existencia de lo que siempre es. Se adormeció.
Despertó por la mañana con los rayos del sol secando el rocío y calentándole la cara. Sintió placer. Le volvió a la memoria vagamente el sueño que había tenido. Le parecía que, de alguna forma, mientras dormía, las experiencias vividas a lo largo del día anterior habían quedado profundamente grabadas. Las maravillas vividas quedaron en su corazón y en su mente, registradas de forma indeleble.
La percepción del tiempo permanecía dilatada. La vida en un instante. Buscó el punto de sabiduría de las experiencias vividas, y encontró coraje para dar forma a las innumerables virtudes reconocidas dentro de sí y llenarlas de colores. Otros aspectos de la vida fueron, entonces, comprendidos. Se sintió conectado a la naturaleza que lo atrajo y que tanto le enseñó. El desánimo antes presente cedió el lugar al entusiasmo. Reconoció que tenía mucho por hacer.
Recorrido el trecho del río…, recorrido el día…, recorridos los pensamientos y sensaciones…, vivido el instante…, el pintor dio a sus lienzos nuevos contornos, otra profundidad, pasó a reflejar en ellos una belleza infinitamente mayor. Lo que antes era inconcebible pasó a existir.
Como pintor que era, volvió a la ciudad, volvió al trabajo, volvió a la rutina. Todo igual. Todo a partir de entonces diferente…