El León, La Princesa y El Marinero
El León, La Princesa y El Marinero
Existe un mundo lleno de historias fantásticas, maravillosas, imaginarias… Es el mundo de las fábulas, de los cuentos de hadas y de los cuentos maravillosos. Un mundo sin fronteras para la creación y, especialmente, para la interpretación.
Las fábulas se encuentran en occidente y en oriente; están entre los chinos, hindúes, egipcios, africanos, aborígenes australianos, americanos, latinos y europeos. En fin, están presentes en todos los continentes.
Temas, motivos e imágenes semejantes se encuentran en fábulas pertenecientes a culturas muy distantes y diversas. Las fábulas atemporales y “ageográficas”, que no se sabe dónde ni cuándo nacieron, parecen haber surgido como las primeras explicaciones míticas del mundo y de la existencia del hombre en este planeta.
Se cree que las fábulas ya se venían contando desde el siglo XVIII a.C. en Sumeria. No obstante, parece que la India alberga el origen de cada historia y mito humano. Y allá, en esa cuna, puede estar también el origen de la fábula.
Las narraciones, inicialmente orales y simples, fueron recreadas sobre papel en estilo más refinado y van desde Esopo a Walt Disney, pasando por La Fontaine, los hermanos Grimm, entre los más importantes que la memoria puede asociar de inmediato.
Pero después todo ¿qué son las fábulas, los cuentos de hadas y los cuentos maravillosos?
De antemano se podría decir que la fábula puede ser entendida como un modo diferente de observar la realidad, con un sentido moral, filosófico, a través del intercambio de experiencias y enseñanzas prácticas. La fábula educa y divierte. Su papel es el de la tradición, el de la narración primitiva y el de la sabiduría. La fábula es sutil.
Los cuentos de hadas y los maravillosos cuentan historias de acción que despiertan interés por las pruebas que se presentan y el modo por el cual son superadas. Tienen un final feliz que satisface al hombre en su búsqueda de la felicidad.
Ambos contienen lecciones de enfrentamiento y coraje, de preservación de la integridad moral, cuyos personajes, ya sean seres humanos o animales, son héroes colmados de valores que distan mucho del hombre común.
Un personaje perdido en el bosque o un caballero que enfrenta fieras y hechizos, todavía son los modelos de todas las historias humanas, en las que una personalidad moral se realiza, moviéndose en la naturaleza o en una sociedad inhumana.
Las historias están repletas de simbología, tanto en las fábulas como en los cuentos. Y los símbolos han estado presentes, desde siempre, en todas las actividades humanas. Tienen la edad del hombre y varían de una cultura a otra, y al mismo tiempo pueden abordar temas universales. Tal vez eso los lleve a contener en sí todas las influencias del inconsciente y del consciente.
El símbolo, que también es definido como una representación de la realidad y no como una reproducción de esa realidad –como por ejemplo la paloma de la paz, que es símbolo de paz pero no significa la paz, ni siquiera la reproduce –, está en la literatura, ya sea en un término, en un nombre o en una imagen común de la vida cotidiana, pero con connotaciones especiales que van más allá de su significado obvio y convencional.
En las obras literarias el símbolo puede tener un aspecto inconsciente mucho más amplio que nunca está precisamente explícito ni se explica por completo. Existen cosas que, en apariencia, parecen estar más allá de la comprensión humana, y lo indefinible o incomprensible puede estar contenido íntegramente en el símbolo. No elimina ni le quita parte de una realidad, al contrario, le agrega una dimensión. Cualquier unidad de cualquier estructura literaria que pueda ser aislada para un análisis crítico puede ser un símbolo, de modo que una palabra, una frase o una imagen usada con algún tipo de referencia especial, puede ser un símbolo.
No es ninguna novedad decir que una obra literaria contiene una multiplicidad de sentidos cuya comprensión puede ser auxiliada por las diversas áreas del saber, tales como la psicología, la antropología, la sociología, o por los recursos de la propia lengua, como la ambigüedad, la metáfora y tantas otras figuras del lenguaje o del pensamiento, que cumplen esa función.
En la lectura de un texto, la atención puede detenerse tanto en las cosas que las palabras significan individualmente, como en el sentido más amplio que se les pueda dar. Conectar un sentido externo a una palabra significa sumarle algo: lo que representa o simboliza. Todo esto sucede en un proceso casi imperceptible. En un texto, si la palabra «perro» remite inmediatamente a la figura del animal, al mismo tiempo no se separa del contexto en el que está inserta.
Porque tienen la intención de transmitir algo y porque es posible aprehender sólo el sentido literal o abstraer un sentido más amplio, las fábulas, los cuentos de hadas y los cuentos maravillosos tienen en sí una simbología que puede ser decodificada desde el sentido literal de las palabras que los componen, hasta un sentido más amplio, que va siendo captado e interpretado según la comprensión que cada uno tenga del mundo, según el grado de conciencia de cada uno.
Así, pueden transformar el punto de vista de alguien; pueden formar una conciencia sobre los valores; pueden traducir conocimiento: conocimiento horizontal– que va de lo local a lo universal–, y conocimiento vertical, que va del plano relativo al absoluto; y pueden, quién sabe, incluso conducir hasta la substancia unitaria de todo. Porque, a final de cuentas, los hombres, los animales, las plantas, las cosas, todo, tiene el mismo origen.
Todos estamos entre leones, princesas y marineros.
Colaboración: Elizete Mastro Bueno Zanotti